María Galiana

PROTAGONISTAS | DE PADRES A HIJOS
María Galiana Medina y María del Valle González Galiana

Su vocación de actriz había quedado aplazada por su trabajo de maestra en Sevilla. A sus 74 años, la Herminia de Cuéntame rememora, junto a su hija menor, los apreturas para sacar adelante una familia numerosa.
Por JAVIER DEL CASTILLO. Fotografía de ANTONIO XOUBANOVA

Sumando sus cinco hijos y sus seis nietos formaría un equipo de fútbol, con los colores del Betis, su amado equipo. María Galiana, que acaba de representar en el teatro Bellas Artes de Madrid la obra Fugadas, vive en la capital en un piso alquilado en Moratalaz, muy cerca de su hija María del Valle (40 años), rodeada de guiones y de experiencias. La veterana actriz, 74 años, comparte con su hija pequeña la afición por la cocina y disfruta del cariño de la gente. Siente, eso sí, que no pueda comprobarlo la persona que más ha disfrutado con sus éxitos: Rafael, su marido.

María Galiana Medina. En el año 1969, alquilamos un chalé en la barriada de Heliópolis, detrás del estadio del Betis, y allí vivimos hasta que nos jubilamos. Pasado el tiempo, en el año 1982, lo compramos. Pero hasta 20 años después de casados no tuvimos casa propia. Mi marido daba clases en la Escuela de Arquitectura, y yo, de Historia del Arte en un instituto.

María del Valle González. Me acuerdo que iba en bici de niña y las calles no estaban asfaltadas. También recuerdo que te acompañaba a Ecogol, el economato donde hacíamos la compra. La cajera te miraba de arriba abajo cuando sacabas la chequera, le firmabas un talón y luego te ponías al volante del Seat 1500. Se quedaba como diciendo: «¿Esta tía no me estará timando?».

M.G. Aquel coche era de los primeros, con la palanca de cambios debajo del volante, ja, ja, ja. Las clases en el instituto y una familia numerosa con cinco hijos –más los abuelos que vivían también en la casa–, apenas le dejaban tiempo a María Galiana para hacer la comida y preparar las clases. Su hija María del Valle, que tiene dos niños –Marina y Rafael, de 5 y 3 años–, no termina de sorprenderse de la vitalidad y del aguante de la madre.

M.G. Todos mis hijos han estudiado, porque al ser nosotros docentes no pagaban matrícula en la universidad. La enseñanza ahora está muy mal. Las parejas tardan mucho en tener un hijo y, cuando lo tienen, les parece la consecución más grande de su vida. Entonces, creen que su hijo es el mejor y no quieren enterarse de lo que pasa. Una cosa es el niño del colegio y otra el niño de los padres.

M.V.G Algunos padres son demasiado exigentes. Y yo creo que hay que darle crédito al profesor. Los míos no estaban tan encima de nosotros, y hemos hecho los deberes solos… Bueno, alguna vez me ayudabas tú, en las asignaturas de Geografía e Historia y en Historia del Arte.

M.G. Si tampoco tenía tiempo. Es que tú no te haces a la idea de lo que es una casa con 10 personas –pues teníamos también una chica interna– y guisar para todas ellas. Me metía en la cocina y freía 14 filetes o dos kilos de pescado.

M.V.G Y una cacerola con 80 albóndigas… –¿Cómo vivieron sus hijos su tardía irrupción en el cine?

M.G. Le voy a contar una anécdota que tiene guasa. En el verano de 1984, rodábamos Madre in Japan cerca de Sevilla y vino a verme mi hija mayor, María Teresa, que entonces estaba estudiando Medicina. En ese momento, hacíamos una escena en la que la policía nos metía en una furgoneta: mi hija pensó que nos habían detenido de verdad por no tener permiso para rodar. Después ya hice Pasodoble, con José Luis García Sánchez y Solas, con Benito Zambrano, que fue cuando me dieron el Goya.

M.V.G Tú eres muy organizada, nada bohemia y poco representativa de esa imagen del actor vinculada al desorden. A mí me da casi vergüenza ir contigo por la calle, pues te ven dulce y cariñosa, como la abuela de España. Un día casi te estrujan.

M.G. Hace poco me saludó una mujer mulata y me dijo: «Usted no se dará cuenta, señora, pero irradia una luz especial». Como si fuera una santa… Yo soy una persona fuerte, de carácter, y en casa me comportaba a veces como un puercoespín. Los niños se iban a la cama. Pues hasta mañana, buenas noches y punto. Psicológicamente, siempre he sido una persona poco dependiente de los demás. La afición al Betis, incluso en momentos duros como el actual, les viene también de familia.

M.G. Yo soy bética, como mi padre, pero si juega el Sevilla contra el Madrid prefiero que gane el Sevilla. Antes la relación entre béticos y sevillistas era distinta, aunque con más guasa. Mi padre, por ejemplo, tenía mucha amistad con el jugador Guillermo Campanal, que le invitaba al antiguo estadio de Nervión.

M.V.G Toda la familia somos del Betis, menos mi hermano José Antonio, que es del Sevilla. Cuando ganaron la UEFA, como el trofeo tiene esa forma tan peculiar, le decíamos que les habían regalado «un paragüero». –¿De que hablan habitualmente madre e hija?

M.G. Nos llamamos todos los días, pero somos muy independientes. Nosotras hablamos casi siempre de comida. Algunas veces le pido ayuda cuando quiero hacer alguno de sus platos favoritos.

Original: https://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2009/509/1246012314.html

 

 

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